Identificar y distanciar al autoritario

12/02/2019

Desde una perspectiva comparada, España está entre una minoría de países con un sistema político democrático consolidado. Lo muestran índices como los de Freedom House, The Economist Intelligence Unit o V-Dem. Pero la clasificación de regímenes políticos no es cuestión de blanco y negro, sino que dentro de la cancha de las democracias consolidadas siempre queda espacio para mejorar. El mayor reto que tiene la democracia española para avanzar en su calidad es, probablemente, el sesgo conservador de los altos tribunales estatales que señala Ignacio Sánchez-Cuenca en La confusión nacional. De la misma manera que las democracias tienen retos para seguir avanzando, también disponen de amenazas que las pueden hacer retroceder.

En Como mueren las democracias[1], Steven Levitsky y Daniel Ziblatt identifican un patrón que siguen aquellos regímenes democráticos que han transitado hacia el autoritarismo. Según los autores, los abruptos golpes de estado son una forma de acabar con la democracia que hoy en día es poco común. También reflejan esta tendencia éstos datos de Axios. Los regímenes políticos que han retrocedido de más a menos democráticos en las últimas décadas han seguido una transformación más sutil y progresivas. Paradójicamente, los precursores de transiciones hacia la autocracia habían sido elegidos en las urnas antes de empezar a desmantelar los mecanismos de control (‘checks and balances’).

Ejemplos actuales de este modelo de transiciones son Venezuela y Turquía, o en menor medida Polonia o Hungría. Estos regímenes están siguiendo procedimientos muy similares a la Italia de Mussolini en los años 1920 o la Alemania de Hitler de los años 1930. En un contexto de descontento social, un líder articula un discurso populista (el pueblo puro vs la élite corrupta) y propone soluciones demagogas (emocionales y simplistas). Si, además, este líder es autoritario, cuando llegue al poder probablemente asaltará las instituciones democráticas, promoviendo a sus afines en el poder judicial, atacando a la prensa, deslegitimando e incluso encarcelando a opositores, etc. Líderes como Mussolini, Hitler, Chávez, Erdogan o Orbán doblaron las instituciones democráticas de sus respectivos Estados después de haber accedido al poder a través de ellas. Seguramente, a Trump le gustaría hacer algo parecido con el sistema político estadounidense, pero de momento se le resiste. Tener instituciones democráticas consolidadas es clave para resistir a la voluntad personal de un u otro líder político. Pero, como advierten Levitsky i Ziblatt, no es suficiente: debemos identificar a los políticos potencialmente autoritarios e impedir que lleguen al poder. ¿Cómo identificamos a un político autoritario? ¿Y cómo impedimos su ascenso al poder? Vayamos por partes.

En su libro, Levitsky y Ziblatt enumeran cuatro indicadores para identificar a un político autoritario[2]:

  1. Rechazo de las reglas democráticas del juego: políticos que rechazan la Constitución, sugieren medidas antidemocráticas (cancelar elecciones, incumplir la Constitución, prohibir determinadas organizaciones), pretenden usar medidas extraconstitucionales para cambiar el Gobierno (golpes militares, insurrecciones, manifestaciones masivas) o socavan la legitimidad de las elecciones.
  2. Negación de la legitimidad de los adversarios políticos: describen a sus rivales como subversivos o contrarios al orden constitucional, delincuentes que incumplen la ley y que constituyen una amenaza existencial para el modo de vida imperante.
  3. Tolerancia o fomento de la violencia: tienen lazos con bandas armadas, patrocinan linchamientos a adversarios, apoyan (tácitamente) la violencia de sus partidarios, elogian actos pasados de violencia política.
  4. Predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición, incluidos los medios de comunicación: pretenden aprobar leyes que restringen libertades civiles, amenazan a rivales políticos con medidas legales, elogian medidas represivas de otros Gobiernos.

Según los autores, deberíamos preocuparnos cuando líderes que usan alguno de esos tipos de argumentos en su discurso ascienden al poder. ¿Cómo lo impedimos? Es responsabilidad de los partidos políticos actuar como “guardianes de la democracia” y distanciar a los autoritarios entre sus filas del poder de las siguientes maneras.

  1. No incluir a los políticos autoritarios en las distintas listas electorales, aunque puedan acarrearles votos.
  2. Expulsar a facciones extremistas de las bases de sus partidos.
  3. Eludir alianzas con partidos y candidatos antidemocráticos: “en ocasiones los partidos prodemocráticos se sienten tentados de alinearse con extremistas de su flanco ideológico para ganar votos o, en sistemas parlamentarios, para formar gobiernos. Sin embargo, tales alianzas pueden tener consecuencias devastadoras a largo plazo”.
  4. Aislar a los extremistas para evitar legitimarlos: “evitar actos que contribuyen a <<normalizar>> o confieren respetabilidad pública a figuras autoritarias”.
  5. Ante un auge electoral de los autoritarios, “los partidos generalistas deben forjar un frente común para derrotarlos”.

Bélgica y Finlandia son dos ejemplos de cómo las élites políticas defendieron las instituciones democráticas distanciando a políticos autoritarios del poder durante el periodo de entreguerras. Un ejemplo más reciente es el de las elecciones presidenciales austríacas de 2016, cuando numerosos líderes destacados del partido conservador ÖVP apoyaron al candidato del Partido Verde, Alexander Van der Bellen, frente al candidato de extrema derecha del FPÖ, Norbert Hofer. Con su apoyo, el 55% de los simpatizantes del ÖVP votaron a Ven der Bellen y, de esta forma, se consiguió apartar a Hofer de la presidencia.

Si estos días repasamos los indicadores para identificar a políticos autoritarios y los consejos de Levitsky y Ziblatt para alejarlos del poder, podemos preocuparnos de que la derecha española no va por muy buen camino. No es sólo que PP y Cs hayan concedido un rol de partido fiscalizador a Vox en Andalucía, otorgándole visibilidad y respetabilidad; es que sus presidentes, Pablo Casado y Albert Rivera, esgrimen un discurso autoritario. Ambos acusan a Pedro Sánchez de presidente ilegítimo por llegar a La Moncloa a través de una moción de censura, un mecanismo constitucional. Casado le ha llamado traidor y, tanto él como Rivera, argumentan constantemente que es una amenaza existencial para España por tratar de llegar a acuerdos con los independentistas catalanes. También han propuesto en numerosas ocasiones prohibir organizaciones civiles independentistas o cerrar TV3.

La deriva autoritaria de los presidentes de PP y Cs, sobre todo cuando el tema sobre la mesa es la cuestión nacional, es evidente y debería preocuparnos a todos los demócratas. Los líderes moderados de PP y Cs deberían tomar nota de lo que alertan Levitsky y Ziblatt en Cómo mueren las democracias y persuadir a sus presidentes de que abandonen este tipo de discurso. En el futuro, el sistema democrático español, igual que cualquier otro, podría retroceder si no lo consiguen. Que no sea demasiado tarde cuando nos demos cuenta de que, como dijo un alcalde conservador austríaco que votó al candidato verde, “a veces hay que dejar de lado la política del poder para hacer lo correcto”.

 

[1] Levitsky, S. y D. Ziblatt (2018). Cómo mueren las democracias. Barcelona: Ariel.

[2] Ver Tabla 1, pp. 33 = 35. Levitsky, S. y D. Ziblatt (2018).

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